Nada en particular en la casa del presidente José Mujica indica quien vive realmente ahí: un hombre con un pasado de película que ejerce el cargo con más poder de Uruguay.
Al llegar a su chacra en una zona rural de Montevideo, puede verse desde la calle ropa de Mujica y su esposa, la senadora Lucía Topolansky, tendida al aire una mañana de primavera austral.
Está sentado a la sombra, a un lado del portón de entrada. Viste un viejo pantalón de algodón arremangado, polo y chaqueta deportiva. Su pequeña perra Manuela -mestiza y con una pata amputada- lo acompaña, lo olfatea.
«No tengo religión, pero soy casi panteísta: admiro la naturaleza», dice durante una larga conversación exclusiva con BBC Mundo. «La admiro casi como quien admira la magia».
Suena un teléfono y Mujica saca del bolsillo un viejo celular plegable, atado con una banda elástica. La banda se rompe, pero el presidente le hace un nudo mientras habla. Y vuelve a colocarla alrededor de su móvil. «No me disfrazo de presidente y sigo siendo como era», comenta.
Su imagen no encaja necesariamente con la de un jefe de Estado del siglo XXI. No usa Twitter ni correo electrónico y en su tiempo libre se dedica a cultivar flores y hortalizas.
ona casi 90% de su sueldo para caridad y según su última declaración de bienes tiene con Topolansky un patrimonio de unos US$200 mil: la chacra, dos viejos autos Volkswagen «escarabajo» y tres tractores.
Es un estilo de vida que no ha pasado desapercibido en la prensa internacional y las redes sociales, que lo han llamado el «presidente más pobre del mundo». También ha dado la vuelta al mundo por promover un proyecto de ley que permitiría al Estado uruguayo producir y vender marihuana.
Mujica, a quien muchos uruguayos llaman simplemente «Pepe», está lejos de ser un outsider de la política, una actividad de la que asegura saldrá «con las patas para adelante», lo que significa que piensa practicarla mientras viva.
Nació hace 77 años y de joven militó en el Partido Nacional (PN, opositor a su gobierno) y en los años 60 fue fundador del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), una guerrilla urbana de izquierda que practicó asaltos, secuestros y ejecuciones influida por la revolución cubana y el marxismo.
Fue herido de bala y detenido en varias ocasiones. En 1971 escapó de la cárcel junto a más de un centenar de militantes, en una de las mayores fugas carcelarias en la historia de ese país. Fue recapturado, escapó y cayó preso otra vez. En total pasó 14 años encerrado.
Tras el golpe de Estado de 1973, integró un grupo de «nueve rehenes» tupamaros que el régimen militar tuvo en condiciones infrahumanas de tortura y aislamiento, encerrado un tiempo en un aljibe.
«Esos años de soledad fueron probablemente los que más me enseñaron. Estuve siete años sin leer un libro», recuerda. «Tuve que repensarlo todo y aprender a galopar hacia adentro por momentos, para no volverme loco».
«Necesito poco»
Recuperó la libertad con una amnistía en 1985 y una década después fue electo diputado, luego senador y en 2005 fue ministro de Ganadería y Agricultura del primer gobierno de la coalición de izquierda Frente Amplio. Ganó la segunda vuelta de las presidenciales de noviembre de 2009 con 53% de votos.
Pero siguió viviendo en la casa que habitaba con su mujer, donde a la entrada hay un cuarto de estar lleno de fotos y recuerdos, y detrás una cocina donde Mujica lava a mano unos vasos para servir un trago a las visitas.
«Para vivir preciso dos o tres piecitas, una cocina, lo elemental (que) yo con mi compañera lo arreglamos en un momentito», dice.
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