Ultimo adiós a Susana: Esparcen sus cenizas sobre un Jacarandá de la escuela Normal

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El acto se realizará a las 17, con la presencia de su nieta, allegados y vecinos de la ciudad. “Interpreté que sería la mejor decisión por su origen de maestra y su relación con la escuela y los jóvenes”, destacó María Victoria.

 

En una emotiva despedida a Susana Dillon, hoy esparcirán sus cenizas sobre un Jacarandá de la escuela Normal.
María Victoria, nieta de la Madre de Plaza de Mayo, resaltó que de esta forma,  “estará por siempre cerca de su madre y en un lugar con ruidos de chicos”
“Interpreté que sería la mejor decisión por su origen de maestra y su relación con la escuela y los jóvenes”, destacó.
Resaltó que “la vieja no pensaba que fuera a morir y nunca programó nada, aunque dejó entrever que estar en una escuela la motivaba mucho”.
“Pepi” Dillon confirmó que Susana le encargó la edición de tres nuevos libros. “Una vez que organice mi vida lo voy a hacer. Está por salir una nueva edición del Oro de América, su segundo libro, y voy a tratar que salga en librerías antes de mi regreso a Buenos Aires”, subrayó.

La rebelión de los pañuelos

El último adiós a Susana Dillon – Opinión

Los dictadores desprecian a la vida porque prefieren sentirse dueños de la muerte. Ese dominio, mal que les pese, tampoco es severo ni infinito. Queda una historia vivida y otra por narrar, aún cuando algunos prefieran obstinarse al olvido ó reducirse al relato inmoral ceñido por el puñal y la sangre.  La rebelión contra los tiranos y sus indebidos obedientes nos descubre finalmente al amparo de mujeres con pañuelo blanco. Madres que volvieron a parir la lucha de sus hijos desaparecidos y a describir el relato de los que no mueren, ni aún muertos. Cuando Susana recibió a su nieta recién nacida sabía que no volvería a ver a su hija. Sin embargo, no debieron imaginar los esbirros del genocidio que aquella mujer de profunda belleza y ojos pincelados por el mar fuera el reservorio moral que aleccionara la herencia de homicidas y cómplices. 35 años fundamentaron una lucha que pareció de corceles y de aceros, aunque  la única protagonista fuera una madre y su militancia febril.

La Olivetti de color plomo, apuntes esparcidos por la mesa de madera, un recorte del Página 12 y el aroma de un café tibio a medio tomar formaban parte del escenario donde la conocí.  En el comedor del pequeño departamento sobre calle Moreno había un cuadro de Rita en blanco y negro y un portarretrato  de María Victoria, aún adolescente. En la biblioteca a la par de la puerta de acceso, entre libros de Galeano y Cortazar, estaban sus propias publicaciones.  Ese día me regaló “Mujeres que hicieron América”, su opera prima nacida en la experiencia de sus viajes por Latinoamérica. La ancianidad no le había empañado su guapeza, ni logró aplacar  la fortaleza de sus ojos de cielo. Solo la torpeza de sus pasos pequeños parecía revelar la vejez.

“Hay una falta de educación para lo imprevisible”, expresó Susana en una de sus últimas entrevistas. La escritora y maestra sabía que aún en el poder redundante de quienes ostentan los hilos del sistema, la existencia dispone grietas con saldos, por suerte, irreversibles. Susana, fue una obstinada luchadora por montar la crisis en el convencionalismo riocuartense y resistir el lastre del abandono sobre los ninguneados de siempre. “La madre de los desaparecidos” obligó a muchos descendientes y obsecuentes del poder dictatorial a cruzar la calle para evitar su mirada aleccionadora. Aún en democracia, las víctimas del abuso policial ó el letargo judicial y político en la búsqueda de la verdad, hallaron en ella la respuesta moral a sus reclamos.

Susana no pudo ver sentenciados en vida a quienes  mataron a Rita y su yerno, ni pudo colocar las flores sobre las tumbas todavía vacías. El Tribunal Federal Número 1 prevé comenzar a juzgar este año a Luciano Benjamín Menéndez y otros represores por la muerte de su yerno, Gerardo Espíndola. Gerardo y su esposa, Ri­ta Ales, fueron se­cues­tra­dos de su vi­vien­da en Río de los Sau­ces por un grupo de personas de Inteligencia militar vestidas de civil. Entre ellas, aparecían Luis Man­za­ne­lli, Car­los Ve­ga, Ores­te Pa­do­ván y Ri­car­do Lu­ján. Gerardo había sido derivado a la Perla y tras varios días de sometimiento a torturas y vejámenes fue asesinado y enterrado en una fosa común. Susana supo por un sobreviviente que su hija murió fusilada. Rita estaba embarazada de 6 meses cuando fue secuestrada y finalmente dio a luz en el Hos­pi­tal Mi­li­tar de Cór­do­ba. La beba fue en­tre­ga­da a Su­sa­na en una caja de cartón, con una car­ta que de­cía:“Me llamo María Victoria, soy sana, tomo leche Nan”

Susana  duerme ahora su noche más larga, en un reencuentro eterno con Rita.  Las certezas que nos legó se definen también como nuestras deudas. El destino de muerte parece alcanzar algunas veces a la muerte misma y se expresa en una trama infinita, rebelde, valiosa y temperamental.  La Madre de la Plaza fue la rebelión permanente contra los mercaderes que siembre equilibran la balanza a su favor. Parte de la revolución que buscó recuperar su tiempo y espacio. La mujer convencida de haber vivido como pensaba. La cálida sensación de la madre que nos parió en Verdad, Memoria y la búsqueda de Justicia.

Por Pablo Callejón (callejonpablo@yahoo.com.ar)
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