Adolfo Kaminsky, el argentino que salvó 3 mil vidas del nazismo

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Por Mora Cordeu
En «Adolfo Kaminsky. El falsificador», Sara Kaminsky cuenta la historia de su padre, un hombre de origen argentino que salvó 3.000 vidas durante la ocupación nazi de París, conocido también como Julien Keller, Georges Vernet, Adrien Leconte, Jules, Raphael o Joseph.
«Necesité dos años de investigación y una veintena de entrevistas para conocer a Adolfo Kaminksy, yo, que sólo conocía a papá (…) Necesité a veces la mirada de otros sobre él para comprender sus elecciones, su vida de falsificador, de clandestinidad, sus compromisos políticos, su incomprensión de la sociedad y de los odios que la abruman, su voluntad de construir un mundo de justicia y libertad», escribe su hija en el prólogo.
Editado por Capital Intelectual, el libro se va enhebrando a partir del relato directo de Kaminsky y las preguntas intercaladas de su hija de un período concentrado «sólo en sus años de lucha hasta fines de 1971, fecha en la que puso fin a todo tipo de acción política clandestina».

«Mantener la calma, camuflar mis emociones. Ante todo, que no me traicionen, no hoy, no ahora. No permitir que mi pierna marque el compás de una música desenfrenada. Impedir que esa gota de sudor se forme sobre mi frente (…) comprimir el miedo, disimular la angustia. Estoico. Está todo bien. Tengo que cumplir con una misión. Nada es imposible», describe de aquellos lejanos días.
Día a día a Kaminsky le entregan documentos vírgenes, que él llenará con su pluma, tinta, sellos y una abrochadora. A pesar de sus esfuerzos muchas de las personas que recibían sus papeles serían deportadas.
Para ese entonces «todos los servicios de policía estaban tras las huellas del falsificador de París. Había encontrado un modo de producir una cantidad tal de documentos falsos que, muy rápidamente habían inundado toda la región del Norte, hasta Bélgica y los Países Bajos».
Junto a otras dos personas, Kaminsky se hacía pasar por pintor, y en un minúsculo taller -que se convertía en laboratorio- podía elaborar esos documentos falsos.
«La particularidad de nuestra red era que había nacido en el corazón mismo de la UGIF, un organismo judío, gubernamental, instaurado por el régimen de Vichy y financiado con el dinero y lo bienes de los judíos requisados por el Estado», cuyo fin oculto era su identificación y deportación.
Con una experiencia de experimentos químicos, desde los 14 años, Kaminsky cambió las técnicas utilizadas y a medida que la resistencia se fue articulando convirtió el pequeño laboratorio en el más ingenioso y competente. Por lo general hacían entre 30 y 50 por día, pero llegó un momento que en una noche fabricaron más de ochocientos documentos.
¿Cómo alguien se convierte en falsificador? Le pregunta su hija y Kaminsky repasa una fascinación que lo envolvió desde muy chico, y que se pudo profundizar por una serie de circunstancias, como el hecho de entrar a trabajar en una tintorería o el de conocer a alguien que vendía todos los elementos necesarios para montar un laboratorio químico.
Los alemanes lo arrestaron en el verano de 1943 con toda su familia y los llevaron a una celda de La Madrerie, la famosa prisión modelo de Caen. Luego fueron trasladados a Drancy, una ciudad rodeada de alambres de púas donde eran seleccionados los judíos que iban a los distintos campos de Europa. Una carta enviada al cónsul argentino hizo que finalmente fueran liberados.
En París, donde las leyes judías hacían estragos, se contactó con Pingüino, el eslabón, que lo llevará a iniciar su camino como falsificador. Ya la familia no tenía el escudo de su origen argentino y había que hacer algo para sobrevivir.
Después de la liberación de París, continuó con sus tareas de falsificador. «Fui reclutado por los servicios secretos franceses para proveer documentos falsos a los soldados lanzados en paracaídas detrás de las líneas enemigas».
«Luego les suministré documentos falsos a los sobrevivientes de los campos de concentración que se embarcaron clandestinamente hacia Palestina de 1946 a 1948″, continúa. Después se puso al servicio del FLN durante la Guerra de Argelia y sus documentos llegaron a los que peleaban en Guatemala contra el general golpista Castillo Armas y a los que en Grecia lo hacían contra la dictadura de los coroneles».
A lo largo del libro, Kaminsky continúa con el relato de su itinerario que recién da por terminado en 1971, luego de una serie de peripecias y peligros, que logra sortear. «A mis cuarenta y seis años, había sido falsificador desde los diecisiete. Una longevidad tal era prácticamente un milagro», apunta.
«Mi vida como falsificador fue una larga resistencia ininterrumpida -confiesa en el libro-, porque después del nazismo, seguí resistiendo contra las desigualdades, las segregaciones, el racismo, las injusticias, el fascismo y las dictaduras».

En el prefacio a la edición argentina, Kamimsky recuerda que nació en Argentina e 1925 y aunque estuvo sólo hasta los cinco años evoca: «un cielo azulado y gigantesco que se alzaba ante mi cabeza como un domo, y sobre él los edificios se recortaban hasta el infinito, casi idénticos, y divididos en bloques alineados a lo largo de calles pavimentadas e interminables, de amplias veredas».

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