Por Santiago Gastaldi
La crisis de deuda de Grecia, de más de un año y medio, está complicando al sistema financiero internacional, pero ella no puede caer por los formidables efectos contagios que se desatarían sobre los otros deudores soberanos, los bancos expuestos a las deudas soberanas y la unión monetaria, con el colofón del derrumbe del euro. Es por lo anterior, que los países de la zona más el Fondo Monetario Internacional apoyaron 1 salvataje a mitad del año 2010. La ayuda fue significativa, de 110 mil millones de euros, cerca de un 30% del PBI de Argentina, con recepción de los fondos en cuotas, previa demostración del cumplimiento de los compromisos de saneamiento fiscal asumidos por parte del país Heleno. Pero no ha sido suficiente, y por ello hacia el 21 de julio de 2011 se aprobó otra ayuda del mismo importe que lamentablemente aún no se ha implementado. Esta última ayuda es necesaria porque aún no se han eliminado las expectativas de insolvencia griega y las perspectivas de su salida de la zona euro. El contexto europeo sigue recesivo, aumentando las tensiones sociales no sólo en Grecia, sino en otros países europeos. Y las dificultades de Europa para encontrar una solución al caso griego pueden revertir hacia los EEUU, complicando aún más el panorama de elevadas turbulencias internacionales.
En orden a contribuir a la atenuación de la crisis, es imprescindible un cambio en el accionar de las calificadoras de riesgo, porque han contribuido negativamente a la estabilización financiera europea e internacional. Pero no sólo eso: atentan contra la resolución de las crisis de deudas soberanas en Europa y la del euro la falta de instituciones comunitarias adecuadas para atender los grandes desafíos que enfrenta la Unión; la falta de liderazgos políticos contundentes que sustituyan las falencias institucionales anteriores; y la falta de reformas críticas al sistema financiero internacional