Sandra Rawline empezó a tener canas a los 20 años. “Esta soy yo”, dijo y decidió exhibir con orgullo sus mechones plateados naturales largos hasta los hombros. Pero al parecer esa determinación, en lo que se refiere a llevar canas en el trabajo, no caía del todo bien a su empleador, un operador inmobiliario de Texas, Estados Unidos. En 2009 su jefa le dijo que optara por una imagen “más sofisticada” para estar a tono con la mudanza de la firma a una nueva oficina. Le ordenó que se tiñera el pelo. Pero Sandra se negó. A la semana fue despedida y reemplazada por una mujer más joven. Rawline, 52 años, presentó una demanda por discriminación y desató una polémica.
Dicen que una cana es un pelo que se murió, pero es todavía más: el anuncio de que el tiempo nos modifica y que su paso va dejando una huella indeleble en el aspecto de las personas. Frente a lo inevitable, la mayoría de las mujeres elige la coloración como jugada salvadora y así la pasan; cada 20 días, una visita a la peluquería para seguir abonando por el sueño de la eterna juventud. Sin embargo, la percepción social sobre el cabello canoso está cambiando. Mujeres como Rawline o como la nueva titular del Fondo Monetario, Christine Lagarde, son exponentes de ese grupo global, aún minoritario, pero pujante, que por lo menos en la Argentina lejos está de parecer sesgado, sino todo lo contrario: Beatriz Sarlo, María Kodama, Chunchuna Villafañe encarnan un estilo de mujer que sabe lucir canas. Pero también hay anónimas que si pasan por el estilista lo hacen para un recorte y poco más. Así lo admiten los especialistas: hablan de estilo y de cierta retorno a lo natural, cada vez mas en auge y de moda.