¿Han observado a los perros vagabundos, a la salida del colegio de los chicos? Es algo que nos reconforta y nos llena de tristeza.
Al sonar la campana, ya se preparan y se acercan a las puertas de salida. ¿Qué buscan? ¿Qué pretenden? Muy, pero muy poco. Se alegran cuando salen los chicos ya que algunos le darán, ¿mangares? No. Simplemente, una caricia. Eso es lo que buscan. Una palmada en su cabeza y tal vez el resto de algún sándwich. Cuando se alegran, estos pésimos jugadores de truco, ya que cuando tienen una buena mano, mueven la cola. Así, durante varios minutos disfrutan y olfatean a cada uno de los alumnos. Es posible que se los conozcan a todos y como los bípedos, también tienen sus preferencias. Es que el amor es correspondido, ciegamente.
Los jovencitos, no tienen problema y se dan a ellos, con cariño, pero los mayores son siempre los que te «pinchan el globo» «No lo toques» ¿Y por qué no? Que mal hay en darle simplemente una muestra de afecto. Esos momentos, los vemos alegres, joviales y rejuvenecidos,… a los perros.
Lentamente los niños se van yendo a sus casas y abandonando a esos animales. Se les vuelve a ver tristes y melancólicos. Pero no los hemos visto maldiciendo, blasfemando o despotricando contra la vida. Solamente recorren el predio y buscan un lugar donde pasar la noche. Ni se victimizan, ni lloran y si lo hacen, no lo exteriorizan. Pero siempre tiene al ser humano que es… ¿humano? Por lo pronto, lo abandona, demostrando la soberbia que posee. Un espíritu que los comprende, es el alma de un chico. El grande ya tiene el alma… ¿podrida?
Cortemos la cadena de sufrimiento, reduciendo la procreación descontrolada. ¿De los perros? No. De los humanos.
Atenta mente
Juan R Bell
92061605