Informe elaborado por el diario El País
Forman parte de un equipo de operaciones especiales del ejército estadounidense y la CIA. Se introducen en silencio en todoterrenos sin matrícula dotados de sofisticados sistemas de guerra electrónica y se pierden en dirección a las montañas. En este Cuartel General de la Coalición les denominan cazadores de cabelleras. Una veintena de ellos a punto estuvo de capturar a Bin Laden en diciembre de 2001 en las montañas de Tora Bora. Se les escapó por horas. Dos años más tarde, uno de sus equipos detuvo a Sadam Hussein cerca de Tikrit, su ciudad natal. Aún tardarían ocho años más en acabar con el líder de Al Qaeda. La noche del domingo lo consiguieron. ¿Quiénes son estos guerreros del siglo XXI con licencia para matar?
Madrugada del 25 de abril de 1980 en un lugar indeterminado del desierto iraní. Una columna de fuego se eleva al cielo. Se escuchan varias explosiones. Las llamas del queroseno consumen un helicóptero RH-53s del cuerpo de Marines y un avión de transporte Hércules EC-130. Hay ocho comandos carbonizados. Otros trece soldados de elite sufren graves quemaduras. Imposible llegar a Teherán. Hay que abortar la operación. A la carrera, los supervivientes ocupan el otro avión Hércules y escapan. Esa misma noche, la red de espionaje estadounidense en Irán será desarticulada. Y los rehenes del Ayatolá Jomeini, dispersados por todo el país.
Un manual confidencial del Departamento de Defensa americano define las operaciones especiales como «aquellas llevadas a cabo con medios militares no convencionales con el fin de conseguir objetivos políticos, económicos o psicológicos en terreno hostil. Se pueden realizar en guerra o fuera de ella. Para su éxito requieren clandestinidad, encubrimiento o baja visibilidad. Difieren de las operaciones convencionales en el grado de riesgo físico y político que entrañan, en la forma de operar, en la independencia del soldado respecto a los apoyos clásicos y su mayor dependencia respecto a las fuentes de inteligencia y las fuerzas indígenas emplazadas tras las líneas enemigas».
Para llevarla a la práctica, Estados Unidos cuenta con un completo elenco de Rangers, Boinas Verdes, Delta Force, Seal de la Armada y los pilotos más avezados en vuelo sin visibilidad. Treinta mil hombres. Veinte mil más en la reserva. Dirigidos desde el Mando de Operaciones Especiales Conjuntas situado en Fort Bragg. Buceadores y paracaidistas. Médicos de campaña. Un presupuesto secreto que se calcula en más de 5.000 millones de euros al año. Equipos militares a medida. Aviones y helicópteros capaces de volar a baja altura evitando el barrido de los radares; con cañones mortíferos, blindajes impenetrables y depósitos de combustible de emergencia. Lanchas ultraligeras que alcanzan los 50 nudos. Las mejores gafas de visión nocturna; equipos portátiles de transmisión y cifrado dotados con Internet. Absoluta confidencialidad sobre sus adquisiciones. Efectivos desplegados en todo el mundo con pasaporte diplomático. Entrenamiento a fuerzas armadas en 90 países. Reconocimiento tras las líneas enemigas. Señalización de objetivos con láser para que sean destruidos por la aviación sin producir efectos colaterales. Localización y destrucción de armas nucleares, biológicas y químicas. Eliminación de terroristas. Actuaciones encubiertas (en las que nunca se debe saber el promotor) en colaboración con la CIA. Y cualquier operación militar por peligrosa y descabellada que pueda parecer.
Las fuerzas de operaciones especiales son la punta de lanza de las nuevas misiones de los ejércitos actuales. Luchar contra la droga en Latinoamérica. Destruir plataformas de misiles Scud en Irak. Asesinar al narco colombiano Pablo Escobar. Acabar con el dictador Raoul Cedrás en Haití. Atrapar criminales de guerra en Bosnia. Capturar a Sadam Hussein. Matar a Bin Laden. Para un teniente general español especialista en operaciones especiales: «Unidades para hacer todo lo que no puedes hacer con una unidad convencional. Un comando tiene autonomía absoluta. La propia del soldado que pasa semanas en territorio enemigo lejos de la cadena de mando. Sin órdenes. Sin reglamentos. Utilizan métodos de ataque similares a los de los terroristas. Y tienen esa capacidad de minar la moral de sus víctimas. Ése es su poder»
Soldados autosuficientes. La organización básica de los boinas verdes americanos son los A-Team: grupos de 12 hombres en los que cada uno de sus miembros cumple una misión concreta: armas, comunicaciones, explosivos, sanidad. Cada puesto está duplicado ante posibles bajas en campaña. Sus operaciones duran entre tres días y tres meses y exigen una profunda inmersión en territorio enemigo. Una vez localizado el objetivo y ejecutada la acción, la cuestión es escapar. Se suele llevar a cabo mediante helicópteros rápidos y fuertemente armados.
Sus grandes rivales, los Seal de la Armada, creados por John F. Kennedy en 1963, están destinados a objetivos más rápidos. Más cercanos a las operaciones antiterroristas. Sus misiones duran de tres horas a tres días y la infiltración de sus pelotones de 16 soldados suele hacerse desde el mar. Su composición es secreta. Alrededor de 2.000 hombres que habrían actuado en Vietnam Granada, golfo Pérsico, Panamá, Haití, Bosnia, Mogadiscio, Somalia, Irak y Afganistán.
En Estados Unidos, la formación de las fuerzas especiales de cada Ejército se lleva a cabo en una base militar distinta. Los Rangers, Boinas Verdes y Delta Force, en Fort Bragg. Un micromundo cuartelero polvoriento a las afueras de Fayetteville (Carolina del Norte). Miles de hectáreas. Escasa vegetación. Tráfago de helicópteros. Todo tipo de instalaciones militares, incluyendo el impenetrable acuartelamiento de Delta Force, rodeado de dos barreras de alambre de espino. Sin olvidar la universidad de las Operaciones especiales: la Escuela JFK de Guerra Especial, en la que se entrenan cada año 10.000 alumnos de todo el mundo. Por ella han pasado los profesionales de la Contra nicaragüense y fuerzas paramilitares de toda Latinoamérica e, incluso, oficiales españoles. En Fayetteville viven tantos antiguos veteranos de Vietnam que la llaman fayettenam. Es el gran templo de las operaciones especiales. «Testosterona en bruto», según la definición del periodista Tom Wolfe.
Los comandos del Ejército del Aire son adiestrados en Hulburt Field (Florida); los Seal de la Marina, en la Base Naval Coronado (California). Entrenan seis meses en condiciones de dureza extrema. El adiestramiento de sus oficiales dura un año. Los aspirantes son sumergidos en agua helada hasta la hipotermia; arrastran lanchas de goma entre los rompeolas; sufren interrogatorios al borde la tortura, y llegan a ser disparados desde los lanzatorpedos de un submarino: una experiencia no apta para personas con claustrofobia perfecta para que los comandos alcancen por mar las líneas enemigas. Otra de sus habilidades es la infiltración con paracaídas HALO (high altitude, low opening). Saltos a 8.000 metros con caída libre hasta los 600 metros del suelo para no ser detectados, que se realizan con botellas de oxígeno y que en ocasiones acaban con la rotura del paracaídas y la muerte del comando.
¿Cuál es el fin de tanto entrenamiento? Según un ex coronel de operaciones especiales español y ex agente del CNI: «Que adquieran fuerza y estabilidad emocional. Tan importante es lo uno como lo otro. Que piensen; que analicen. Que tengan disciplina y madurez. Que tomen decisiones sobre la marcha. No queremos un superman que se líe a bofetadas en un bar. Lo que buscamos es un soldado que piense que en ese bar puede tener problemas y le conviene no entrar. Esa es la clave. Un comando no está para enfrentarse con nadie. Tiene que infiltrarse, actuar y huir. Como decía Mao (junto a Che Guevara, el gran maestro de la guerrilla), la huida es parte de su estrategia. Su actividad es dispersa y descentralizada. Tiene que explotar las vulnerabilidades del enemigo. Y rehuir el combate porque está en inferioridad de condiciones». ¿Cuáles son las condiciones para que una operación tenga éxito? Según un suboficial de operaciones especiales de Infantería de Marina: «Simplicidad, seguridad, sorpresa, rapidez y un propósito claro».
Dentro de la primera guerra irregular de la historia las fuerzas especiales parten con ventaja. Son la herramienta para las operaciones militares del futuro. Como se ha demostrado con la eliminación de Bin Laden sin sufrir ninguna baja. Un general soviético que luchó en Vietnam contra los americanos lo explica en pocas palabras: «En una guerra irregular, el ejército convencional si no gana, pierde. En cambio, el comando de operaciones especiales, el auténtico guerrillero, si no pierde, gana».