Joaquín Sabina se presentó enCórdoba y deslumbró con sus clásicos. Para el concierto de anoche, ante un Orfeo otra vez colmado, Sabina cargó los vagones de su penúltimo tren con las mejores joyitas de un repertorio interminable, que podría haber abrazado hasta la madrugada o incluso hasta las primeras horas del día. Siempre, con Sabina, pueden dar las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres.
Es cierto, ya no tiene la voz de antes, pero nada se le puede decir a alguien que se mofa de su propia garganta con arena: “Uno ha trabajado muchos años, gastado fortunas, para tener la voz del último y maravilloso Goyeneche. No lo he conseguido, porque eso es muy difícil, pero estoy en ello”, dijo primero, y le agregó otro homenaje: “Sino hay otra bien varonil, viva, con 92 años: la señora Chavela Vargas”.
Con un pantalón que las más avispadas describieron como “borravino”, el sombrero bombín y un saco negro, el cantante español apareció puntual sobre el escenario.
Sombreros habían varios entre la gente, encantados por esa suerte de mercadito de pulgas con remeras, buzos, bolsos y bombines (a $120 pesos por cabeza, literalmente), aunque nadie los lució como él.
Flaco, un poco desgarbado, tranquilo, un poquito más viejo pero menos mañoso que la última vez, menos rocanrolero también. Joaquín Sabina repasó sus canciones para el delirio de un público en el que ganaban los treintañeros, alternando momentos de gracia con momentos de gracias.
Fuente: La Voz del Interior.