El futuro de Claudio Borghi está cercado: por los resultados, principalmente, pero ahora también por el fútbol desplegado por el equipo, por los jugadores –que lo miran de reojo– y ahora también por la mayoría de los dirigentes, con la excepción de Jorge Ameal.
El presidente de Boca se ha transformado prácticamente en el único sostén del «Bichi» porque no quiere ver que, como con la elección de Carlos Bianchi como manager, se ha equivocado otra vez.
El técnico, por su parte, se ha vuelto testarudo. Lo que en principio era una opinión futbolera respecto de su sistema, hoy es una clara muestra de error y él no está dispuesto a cambiar. Seguirá defendiendo con tres, respaldando en el arco a Cristian Lucchetti, promoviendo juveniles con la esperanza de «milagro» y cambiando a los titulares de manera constante.
El «síndrome Brindisi» asoma nuevamente, y aunque en Boca ruegan por un triunfo ante River para no perder, como en 2004, otro técnico en el estadio Monumental, la situación se torna complicada, sobre todo porque enfrentarán a un River que se cae a pedazos.
En aquel Torneo Apertura, el hoy técnico de Huracán se fue tras perder en Núñez por 2 a 0 (goles de Gastón Fernández y de Nelson Cuevas), y con una campaña casi idéntica a la del «Bichi»: cinco derrotas, tres empates y seis triunfos.
Esta película es vieja. Los dirigentes saldrán a decir que Borghi se queda, que tiene material para revertir la situación, que respetan el proyecto. Una nueva derrota, sin embargo, se encargará de contar ese final que hoy se torna tan obvio.