Cooky Galleta la payasa riocuartense de 28 años logró presentarse en el Paseo La Plaza de Buenos Aires y realizó un recorrido por el Hospital Garraham, comienza a lograr un marcado reconocimiento en la capital de los argentinos.
Cooky Galleta se llama Virginia y decidió partir en las vacaciones de invierno a Buenos Aires. “Fue una gira por Santos Lugares, Caseros, Ciudadela, y ahora estoy un poco nerviosa por mi debut en plena calle Corrientes”, destacó en una entrevista al matutino Clarín.
Que no se preocupe, le decimos como buenos anfitriones, que apenas con una décima de la simpatía que transmite, le va a sobrar. Cooky Galleta, el personaje, tiene cinco años y habla de igual a igual con los pibitos de su edad.
La voz, la del personaje, suena un poquito parecida a la del querido Topo Gigio. “¿Así de tierna? “Puede ser, sí”, coincide. Con esa voz, y desde una casi altura andina, logra lo imposible. “Nadie, ningún chico duda de que que soy una nena. No hay nadie que me pone en tela de juicio”.
A través de sus canciones, Cooky cuenta lo que le va pasando en su vida, que es la vida de todos esos nenes (nenes, niños, lo de bajitos ya fue). La payasa se mueve de acá para allá y le mete mucho bochinche al escenario gracias a la compañía del Mono Petunio, un personaje mágico que le gasta bromas a los amigos.
¿Y dé dónde salió lo de Cooky + la reafimación castellana? “Todo empezó en mi casa. A mi perro Timoteo, que a veces actúa conmigo en Córdoba, le empecé a decir Cookito, mi papá fue derivando el asunto y empezó a decirme Cookina. para ese entonces nació la voz del personaje”.
Córdoba, tierra de humoristas, tierra de payasos, tierra de Piñón Fijo, claro. ¿Qué onda Piñón? “Anda bien”. ¿Y le va bien? “Hoy metemos más gente nosotros. El otro día, con este espectáculo, metimos ocho mil personas en Río Cuarto”.
Lo bueno, dice, es que los grandes también se copan. Y algo de eso tiene que ver con el gen del humor cordobés. “Cuando vine a Buenos Aires por primera vez, durante las pasadas vacaciones de invierno, estaba asustada, te decía, porque supuse que como acá hay diez mil cosas para ver, el público quizás no se enganchaba. Pero en Santos Lugares, llenamos la sala, y nos fue tan bien que los chicos se sabían todas las canciones. ¡Yo no entendía nada!” Y parece que los grandes se copan con el salpicado de tonada y humor. Cooki, en su show, relata situaciones como la de la nena que se pregunta para qué sirven las salas de espera si no es para que los chicos se porten mal. O dice que que las mamis tienen un poder muy especial para lograr que la chinela, la ojota o el zapato pase del pie a la mano en un solo y amenazador movimiento.
¿Y cómo es el clown del siglo XXI? Es decir, ¿sigue siendo ingenuo o es más mordaz? “Nuestro espectáculo tiene una inocencia total. Cuando se me ocurrió el personaje lo hice mirando a mis amigas madres. Viéndolas, me daba cuenta de que en los cuartos de sus hijos había juguetes apilados, prolijitos, guardaditos… Pienso que hay que volver al patio y por eso la conclusión del espectáculo es la siguiente: hay que volver a tener el derecho a jugar. Entre tanta tecnología, los chicos de hoy ya no saben jugar”.
Fuente: Clarín