Argentina tiene decididamente un severo proceso inflacionario. Cuando los trabajadores reclaman 30 % anual de aumento y las empresas ofrecen 15 % estamos en la antesala de conflictos distributivos inevitables. En una situación como esa, los plazos fijos empiezan a retraerse porque se saca al final del plazo un capital licuado. Se produce fuga de capitales al transformarse el ahorro a plazo fijo en compra de dólares. El dólar aumenta y los sueldos se licuan una vez más.
En el medio, el Gobierno desgasta la política creando polémica sobre sus instrumentos preferidos. El Fondo del Bicentario está destinado según el Ministro de economía a pagar con reservas las deudas para evitar tener que pagar una tasa de interés del 14 % en el mercado de capitales. Hasta ahí todo parece bien. Sin embargo, lo que no se dice, es que el accionar personalista y antirreglado que tiene el Gobierno nacional producto de su preferencia por la discreción en la forma de Gobernar genera pagos enormes ante la desvalorización de sus bonos.
Por ejemplo, Enrique Garma ha argumentado que los bonos Argentinos con vencimiento en el período 2013/2015 ofrecen 14 % en dólares y 22 % anual en pesos. Los países vecinos como Brasil, Chile, Colombia, Perú y México pagan entre el 2,24 % y el 4,58 %. En dos palabras en Argentina pagamos 10 % más por nuestros bonos. Para una deuda de 140.000 millones esto significa una erogación de 14.000 millones de dólares en exceso de lo que pagan nuestros vecinos. ¿Qué significa esto? Que se pagan unos 54.600 millones de pesos por la incertidumbre que genera el enfoque personalista de nuestra economía política en Argentina. Esto es algo así como todo el presupuesto anual de la Universidad de Río Cuarto en un período de 300 años!!!. Esto en un contexto donde la propia Presidenta de la Nación dice que a quienes hay que escuchar no es a la oposición “que ya se sabe como piensa” sino a los propios mercados.
Queda claro entonces que es un contrasentido hablar de justicia sin referirse a reglas. Porque no parece justo privar a la educación por ejemplo, de tantos recursos por ser Argentina digna de desconfianza permanente. Bien dicen algunos, que la distribución es algo indeterminado y que alguien tiene que elegir entre todas las distribuciones posibles. En Argentina el intervensionismo no se ha preocupado de examinar si las soluciones que propone funcionan mejor que las alternativas a las que quiere sustituir.
Estos son los costos de la visión antirreglada y discrecional del proceso político en Argentina. Estos son los resultados de lo que se conoce como ilusión sinóptica. Esto es lo que ocurre cuando existe un grupo de personas que concentran poder y suponen que una sola mente puede llegar a conocer cuantos hechos caracterizan una determinada situación y que también puede, a partir de ese conocimiento, estructurar un orden social ideal. En esas circunstancias se vive en una ilusión. Se cree que se tiene el conocimiento y que se puede avanzar hacia el orden social óptimo. La ilusión sinóptica desaparece cuando se acepta que las ciencias sociales no son como las ciencias naturales. Que no son un conjunto de exploradores que buscan una verdad social que está esperando.
Cuando hay tanta concentración de poder y se vive en una ilusión sinóptica, aparece entonces el constructivismo social. Se juntan apenas un minúsculo grupo de personas “iluminadas” que buscan reducir la complejidad a la simpleza, y luego intervenir esperando que el modelo funcione. Se ignora aquello de que el principal problema que afecta la conformación del orden social es nuestra incapacidad para reunir en un conjunto abarcable cuantos datos lo componen. Es aquello que los filósofos de la teoría del caos reconocen cuando dicen que la medición de los datos iniciales es finita y que ante la sensibilidad de esos datos a la interacción que se produce entre ellos en el medio de la complejidad la predicción se vuelve precaria y breve. En definitiva, Argentina muestra como hoy la filosofía social en nuestro país debería estar discutiendo como deberíamos organizar nuestra convivencia para asegurar libertad y prosperidad. El respeto a las reglas, y la observación de los errores de los constructivistas sociales que padecen ilusión sinóptica, para no repetirlos, parece un buen primer paso
Roberto Tafani