Queridos hermanos y hermanas: Hemos culminado un año de gracia para toda la diócesis con motivo de haber celebrado todo el año 2009 los setenta y cinco años de nuestra Iglesia Local de “Villa de la Concepción del Río Cuarto». Ha sido un año muy intenso, pastoralmente hablando, pero sobre todo ha sido un año en el que hemos comprobado nuevamente el amor y la misericordia del Señor por su Pueblo. Por eso, nuestro corazón se eleva al Señor profundamente agradecido.
“Pueblo de Dios”, esto es lo que somos, como reza una canción: “somos un Pueblo que camina, y juntos caminando, queremos alcanzar una ciudad que no se acaba, sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad”. La frase nos recuerda nuestro carácter de peregrinos, que no nos podemos detener, ni quedarnos petrificados mirando para atrás, sino que somos invitados a poner nuestra mirada en la meta definitiva: la Ciudad de eternidad.
La Cuaresma, que este año hemos comenzado a transitar, es este tiempo fuerte en el que somos reclamados a poner nuestra mirada en la meta final, teniendo en cuenta que aquello que da sentido al camino es el destino al que nos lleva y, por tanto, a rectificar el rumbo de nuestra marcha de modo que nuestros pasos se dirijan más decididamente hacia la Ciudad de eternidad, ciudad que no acabará jamás. Pero para dirigir nuestros pasos hacia la meta final hemos de dirigir nuestra mirada hacia Jesucristo: “Camino, Verdad y Vida” del hombre (Jn. 14,6). Todos necesitamos recomenzar desde Jesucristo como nos lo recuerda vigorosamente Aparecida: “No hemos de dar nada por supuesto y descontado. Todos los bautizados estamos llamados a “recomenzar desde Cristo”. (AP 549) ¡Somos tan propensos a desviarnos del camino, somos tan distraídos que cualquier imagen nos acapara y aleja de su rostro! De ahí que la Cuaresma, este grito del Señor que resuena a través de la Iglesia, es para despertarnos y sacarnos de la distracción y confusión en la que muchas veces vivimos, seducidos por el ambiente cultural que impera. El grito nos dice: “¡Conviértete y cree en el Evangelio!” (cf. Mc 1,15).
Es necesario entender cabalmente qué significa la conversión. Solemos entenderla de un modo intimista, mirando nuestros pecados, mirándonos a nosotros mismos y decidiendo nosotros acerca de lo que tenemos que corregir. En cambio, la conversión es la transformación producida por el encuentro con Cristo, que tiene como fruto el regeneramiento personal y como horizonte la regeneración del Pueblo de Dios.
Conversión y fe están íntimamente vinculadas. La conversión es hacia la fe, es decir, al reconocimiento de Cristo presente en la realidad, de Cristo contemporáneo a todos y a cada uno de nosotros. Sucede que vivimos la mayor parte de las circunstancias de la vida (fáciles o difíciles, alegres o tristes) sin el reconocimiento de su Presencia y, por lo tanto, como si fueran una tumba y no como el signo a través del cual Cristo nos abraza y nuestra vida encuentra la plenitud que anhela. Cuaresma es este grito, este llamado continuo a salir de la distracción y a vivir en la fe cada circunstancia de la vida, como dice la Escritura: “el
Del reconocimiento de Cristo por la fe brota la unidad entre todos los que lo reconocen, brota la comunión. Poseemos en común la única razón de vivir, la razón de la vida, es decir, Jesucristo. Si tenemos en común a Cristo también tendremos en común las cosas de la vida, sean éstas espirituales o materiales.
Esta comunión en Cristo tiene varias connotaciones. Una de ellas es la tendencia a poner en común y, más aún, a concebir en común los recursos materiales y espirituales.
Como expresión de nuestra comunión, de un modo especial en este tiempo de Cuaresma, estamos llamados a vivir el compartir nuestros bienes con los más necesitados, también como un modo de purificarnos y de abrirnos al bien común de nuestros hermanos y de generar un estilo de vida nuevo, un estilo de vida comunional, que se ofrezca como la alternativa al estilo de vida hedonista, consumista e individualista que hoy domina en nuestra sociedad. El Señor nos habla a través de la realidad. Y la realidad golpea a nuestras puertas en tantas necesidades de nuestros hermanos. Hoy nos golpea fuertemente a través del terrible terremoto sufrido por el pueblo de Haití. Ellos han sido históricamente uno de los países más pobres del planeta. Este hecho ha destruido prácticamente todo. Ellos, en esta situación, nos dan un ejemplo extraordinario de fe y esperanza en medio de la devastación. Y descubren que detrás de este infortunio se abre una nueva oportunidad para su resurgimiento como pueblo. La inmensa mayoría de ellos son cristianos como nosotros. ¿Qué nos dice este hecho? El Señor nos ha bendecido, aun en medio de nuestras carencias y dificultades sociales, con muchos bienes. Es hora, entonces, de que le devolvamos en las personas de los que sufren lo que es de El, cada uno según sus posibilidades, con una libertad conforme a la madurez de la fe que se posea. Les recuerdo las palabras del Apóstol como criterio para discernir nuestra limosna: “sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría”(2Cor. 9, 6-8). Será éste el modo de vivir esta Cuaresma como camino a la Pascua de resurrección, para que “al partir nuestro pan con el hambriento y saciar el estómago del indigente brille nuestra luz en las tinieblas y nuestra oscuridad se vuelva mediodía” (cf Is 58, 10).
A fin de que esto tenga un cauce concreto y no nos quede en una mera buena intención, es que dispongo que, en todas las parroquias y templos de nuestra diócesis, la colecta del último Domingo de Cuaresma de este año sea destinada a los hermanos de Haití, y que exprese nuestra comunión con ellos, junto con nuestras oraciones y como fruto de nuestros sacrificios Queridos hermanos y hermanas, deseo para todos ustedes que vivan un fecundo camino cuaresmal que los lleve a celebrar con profunda alegría y con la vida muerta al pecado y resucitada en Cristo Jesús. Que la Inmaculada Concepción, Madre y Patrona nuestra, nos acompañe en este camino cuaresmal hacia la Pascua de Resurrección.
Con mi bendición pastoral
Mons. Eduardo Eliseo Martín
Obispo Diocesano.