“No hay en el mundo país tan adicto al gas como el nuestro”. La dependencia argentina del recurso gasífero y la escasa brecha entre potencia nominal y potencia efectiva de energía, explican por qué los argentinos deben soportar la crisis del sistema.
“No hay en el mundo país tan adicto al gas como el nuestro”. Esta afirmación sintetiza la crisis que desde hace algunos meses los argentinos vienen observando, o mejor dicho viviendo. La dependencia argentina del recurso gasífero es más que elocuente: más del 52% de la matriz energética del país, más del 56% de la generación de energía eléctrica y más del 15% de la energía que consume el sistema de transporte, dependen del gas.
El mapa energético, sujeto a los vaivenes de la economía argentina, comenzó a mostrar sus deficiencias: la exploración cayó significativamente hasta alcanzar niveles insignificantes, las reservas de gas y petróleo descendieron, y junto con ellas el horizonte pronosticado de energía a través de estas fuentes (años respectivamente), la estructura productiva argentina se modificó y los precios quedaron distorsionados.
Con una oferta de energía que se mostró sumamente débil y una demanda que se disparó ante la mayor demanda industrial y residencial, los cuellos de botella se sienten cada vez más. Según los especialistas, la potencia nominal ofrecida debería ser un 25% mayor que la efectiva en caso de tener que afrontar alguna urgencia. Sin embargo, hoy la diferencia entre la potencia efectiva e instalada del sistema está en el 10%, por lo que, para eliminar la sensación de riesgo en el crecimiento, la potencia del sistema debería aumentar 2.000 MW.
Este incremento se lograría en parte con la compra de dos nuevas centrales de ciclo combinado (adjudicadas a Siemens) que aportarían unos 1.600 MW (además de la incorporación de otras cinco centrales de generación eléctrica anunciadas por el gobierno). Sin embargo, ello no sucedería de inmediato ya que estarían funcionando recién en 2008 con una mínima generación de potencia. Pero aun cuando se lograran incorporar de forma completa estos 2.000 MW, el tema tampoco estaría del todo solucionado.
Según un cálculo de Miguel Bein con la economía creciendo al 7%, la potencia debería aumentar 5% por año. Esto significa un incremento de unos 1.000 MW en la oferta. Pero si el país crece al 5%, el incremento en la potencia necesario sería de 3% por año, es decir, unos 600 MW, margen que la Argentina podría afrontar. Si el cronograma se cumple, en un año y medio habrá 1.600 MW más de generación eléctrica, a los que habrá que sumar los otros 1.100. Esto representa un incremento en la potencia de 13%. Pero si se tiene en cuenta que la última central térmica de gran porte entró en servicio en 2000, y que el consumo de energía subió más de un 30% sin que se haya ampliado el parque generador, para algunos la economía vivirá al límite por lo menos dos años más.
Por María Noel Amuchástegui. Miembro de Fundación EGE – info@fundacionege.org