Leyendo los clasificados de un diario Cordobés salta a la vista la oferta de terapeutas psicológicos que alertan sobre la necesidad de restaurar la pasión y el deseo en las parejas. A esto lo podriamos llamar la paradoja del amor. Veamos
Los últimos 40 años han sido precursores de una nueva era de liberación sexual. Sin embargo ahora que esos hombres y mujeres han logrado despojar al sexo de la culpa y la represión parecen haber perdido el deseo. Las personas están deprimidas, aisladas, insatisfechas. Los sociólogos hablan del amor líquido. De un permanente recomenzar y terminar relaciones. Se busca desesperadamente la novedad. En la novedad permanente aparece la desilusión. Con la desilusión aparece la terapia ante la falta de salud mental. El sexo sin amor no sirve. Se vuelven a repensar los conceptos victorianos y se sugiere que pueden ser ingenio cultural antes que hipocresía y represión. Los lazos se han debilitado. Lo poco que quedaba de llama erótica es apagada con antidepresivos. El concepto de amor romántico apareció por primera vez a fines del siglo 19. Es una paradoja. Fue solamente en el siglo 20 que se le dio al sexo un lugar central en el matrimonio. Finalmente en la década de los 60s apareció la revolución sexual de la mano de la píldora anticonceptiva, la liberación femenina y la separación del sexo de la reproducción. Ahora en medio de la libertad y en la era del placer el deseo desaparece.
Nunca se invirtió tanto en el amor como lo hicieron las parejas contemporáneas. Nunca se trató tanto de convertir al sexo en justo, equitativo y seguro. Sin embargo, nunca hubo tanta queja por sexo aburrido y crecimiento del índice de divorcios. Nunca se vio tanto escapismo en la fantasía. Los programas televisivos de mayor audiencia ofrecen placer visual sustitutivo por contemplación mediática mientras el amor real de las parejas se archiva en el diván de los recuerdos. ¿Cuales son las presiones culturales que han generado ese resultado?
En primer lugar la angustia contemporánea derivada de vivir en una multitud solitaria lleva a remplazar la pasión que florece en el respeto de la alteridad por la cautividad y la ilusa seguridad de la libertad debilitada. Estar con pero sin. Estar vinculados por medios electrónicos. La vida moderna ha debilitado nuestros recursos relacionales fuente de la identidad. La unión al pueblo, la comunidad, los clubes, la iglesia, la familia extendida, todo eso ha desaparecido. Antes teníamos redes de contactos sociales que nos daban protección y conexión emocional. El desarraigo y la pérdida de la identidad convierte a las parejas en un dúo de hambrientos emocionales. Cada uno reclama al otro lo que el otro no puede dar. Vivimos en un mundo discontinuo. Nos movemos laboralmente en el espacio. Los amigos de la infancia se reencuentran por casualidad en la calle. Ahora tenemos una feroz soledad existencial. Ahora reclamamos a nuestra pareja todo lo que antes fluía de los grupos sociales de pertenencia. Ahora nuestro ser amado tiene que darnos pertenencia, significado, continuidad, reaseguro y protección. La carga que se le impone al otro destruye su alteridad. Se busca la cautividad y seguridad y eso mata la distancia necesaria para la vitalidad erótica. Si la emoción viene de la incertidumbre, la búsqueda de la ilusión inalcanzable de las seguridad desde el otro termina por matar la llama roja del amor. Como dice E. Perel controlar los riesgos que trae la pasión acaba con ella. Neutralizar las complejidades del otro no solo termina con la pasión, también elimina la seguridad y termina potenciando la propia soledad. Así nace el aburrimiento matrimonial. Aprender a vivir en la incertidumbre, en la complejidad del otro, en el respeto de la otredad y aceptar la separatidad de los seres es el camino correcto a seguir. Debemos renunciar a la ilusión de la seguridad y aceptar la realidad de nuestra inseguridad elemental. Entonces no asfixiaremos al otro y dos seres potencialmente libres y llenos de amor podrán construir en la aventura del respeto mutuo. El conflicto en la pareja nace por exacerbar la búsqueda de la ratificación propia de la identidad en el otro cautivo. Pero el otro no es Dios sino un ser humano como todos. Cuando el mecanismo relacional descrito de exigencias existenciales exacerbadas funciona recíprocamente desde los dos miembros de la pareja y potencia sus efectos el amor no puede sino morir…
Dr Roberto Tafani