Buscando en los recuerdos de la infancia se puede encontrar la parte de los juegos, de esas tardes interminables jugando a canicas, a tula, al escondite, a churro-media manga-manga entera, al pañuelo, a polis y ladrones, a vaqueros y a indios, a las tabas.
Los amigos que ibas a buscar para correr aventuras, para descubrir la naturaleza, para saltar, brincar.
También busco quién enseñaba esos juegos y veo que no había nadie adulto que los enseñara, ni falta que hacia, se aprendían de los niños mas mayores, sino se inventaban. Se tenía la libertad de inventar tus juegos, se tenía el poder de inventarlos, nadie te había acostumbrado a darte todo hecho y nadie te decía a lo que tenías que jugar ni cómo hacerlo.
Mi cabeza conserva la multitud de cicatrices de guerra de esos juegos. Semana sí, semana no, mi madre y yo íbamos al enfermero para que me curara las heridas. Nadie demandaba a nadie si te caías en la escuela y te herías, pues era lo normal de la infancia y nadie se extrañaba que los niños se accidentaran.
Se era travieso, movido y revoltoso, se era niño.
Nadie se preocupaba mucho si te ibas monte arriba a buscar fresas, no había control ni paranoia general. No queriendo decir con esto que no te quisieran o no se preocuparan.
No se pretendía que los niños fuéramos perfectos desde el nacimiento, cada uno crecía como crecía y punto, no se le daban muchas más vueltas. Unos eran más altos que otros, unos más pesados que otros. No había tantas expectativas puestas en nosotros para alcanzar la perfección antes de ser adolescente. No estábamos obligados a aprender a ser genios cuando aun llevábamos pañales.
No existía play station, ni computadora, teléfono no teníamos, la televisión la veíamos algo pero sin depender de ella.
No había grandes adelantos tecnológicos en esa época. Había libertad de ser niño.
José Manuel Piedrafita Moreno