Recibió de Duhalde los atributos del mando ante la Asamblea Legislativa. Allí se pronunció por un país «más serio y más justo». Criticó el perfil neoliberal del menemismo y prometió cárcel para los evasores.(Clarín –26/05/03) Una nueva esperanza se inauguró ayer en la Argentina con la llegada a la Presidencia de la Nación de Néstor Carlos Kirchner, un hijo de la Patagonia de 53 años. En su primer acto de gobierno, convocó a «inventar el futuro». Se le presenta a su gestión el desafío –enorme- de probar que «el cambio es el nombre del futuro», como también dijo durante su discurso inicial en el Congreso.
Le tocó arrancar a Kirchner en el 30° aniversario de la asunción de otro gobierno peronista, el de Héctor J. Cámpora, que llegó al poder con un respaldo popular masivo. La aversión de Carlos Menem a la derrota lo privó de un espaldarazo electoral —vaticinado por todos los sondeos—, pero no de empezar a escribir su historia en medio de grandes expectativas.
Aquellos que se esperanzan con los aires renovados que podrían soplar en adelante, habrán encontrado en el discurso de Kirchner señales de que tal vez sea cierto que la política va a cambiar su piel.
En la presentación de las líneas de su gestión, que leyó en 50 minutos, Kirchner no mencionó ni una vez a Juan y Eva Perón, como faros de su pensamiento. Un dato que no llamaría la atención si no fuera por su pertenencia histórica a esa fuerza, más allá de que nunca encajó en los moldes de la ortodoxia peronista.
Tampoco hubo mención para el presidente saliente Eduardo Duhalde, a quien se caracteriza como el principal responsable de que haya sido Kirchner quien lo suceda. Una lectura que además le reserva a Duhalde, para el futuro, el posible papel de factor condicionante del santacruceño.
Pero no fueron esas omisiones de Kirchner las que recogieron los aplausos más genuinos de la Asamblea Legislativa. Su invocación a recuperar los valores de la solidaridad y la justicia social se ganó la aprobación de todos quienes ayer, pasado el mediodía, poblaban el Parlamento.
«Quiero un país serio y más justo», dijo. Una definición con la que reforzó su condena al modelo neoliberal apadrinado en los noventa por Carlos Menem, de «consolidación de la pobreza, exclusión social e interminable endeudamiento externo».
Desde el palco especial destinado a las delegaciones extranjeras, Fidel Castro, Luiz Inácio Lula da Silva y el venezolano Hugo Chávez, desplegaron todo un repertorio de gestos para evidenciar su coincidencia con lo que decía su nuevo colega del sur. Apenas si cabían en sus trajes por las ovaciones especiales que cosecharon ellos tres cuando se pasó lista a los 12 presidentes que vinieron de visita.
Otras definiciones también pegaron fuerte: «Traje a rayas» para los evasores; lucha a fondo contra la impunidad y la corrupción; y la vuelta a una Argentina con «movilidad social ascendente».
La vocación productivista o keynesiana de Kirchner quedó en evidencia con su propuesta de un modelo argentino de producción, trabajo y crecimiento sustentable. Una manera de pronunciarse por un capitalismo renano o «con rostro humano».
Por la tarde, ya en la Casa Rosada y después de tomar juramento a sus ministros, el mandatario debutante prefirió hablar como «Lupín» para definir a su equipo: «Somos hombres comunes, con fuertes responsabilidades», sostuvo. Minutos después, se dio el gusto de probar el mítico balcón, desde donde saludó a unas veinte mil personas que estaban en la Plaza.
En un domingo largo y lleno de emociones, Kirchner mostró no una sino varias veces su desapego a las solemnidades y protocolos de los hombres de Estado.
Desafió otra vez al mundo fashion con un nuevo traje cruzado y abierto (aun con la banda puesta), jugueteó como un chico con el bastón de mando y se les escapó a los rudos hombres de seguridad y a su esposa, la senadora Cristina Kirchner, cuando enfiló a las vallas para saludar a la gente que se congregó en Plaza de Mayo.
La excursión, que derivó en una marejada con el flamante mandatario en el medio de guardaespaldas y periodistas, le costó a Kirchner un choque frontal con una máquina de fotos. Ni siquiera cuando se limpiaba la sangre de su cabeza, el de Santa Cruz dejó de saludar. Luego se demostraría que la gotita todo lo arregla.
Mientras Kirchner pagaba sus primeros precios en el poder, Duhalde y su esposa Chiche ya estaban con un pie en el avión de Lula, que los llevó a Brasil, de vacaciones. Fue Duhalde en su último día como presidente la imagen más acabada de la relajación; sin que pareciera importarle su ausencia en el discurso de Kirchner.
«Kirchner tiene ahora una oportunidad histórica. Yo hice lo que pude y me voy feliz», sintetizó con cara de misión cumplida. Se infiere que lo que sí pudo fue sacar de circulación a Menem (autoconfinado en Chile) y lo que no, terminar el mandato de dos años originalmente previsto para él. Por eso, Kirchner y su vice, Daniel Scioli, comenzaron ayer a completar el mandato de Duhalde «ley de Acefalía mediante» hasta el 10 de diciembre.
Agotado ese plus, Kirchner tendrá hasta el 10 de diciembre de 2007 para ver si puede, entre otras asignaturas, revertir un índice de desempleo del 17,8 por ciento y otros tantos indicadores sociales que hablan de un país que en los últimos años pasó por los tormentos de una tierra arrasada. Con la noche también hubo tiempo para un Tedéum, recepciones y más besamanos. A partir de hoy, empieza a correr el tiempo de las urgencias.